¿QUÉ ME PASA CUANDO DIGO NO?

Un taller sobre los límites y las emociones, Sábado 16 de Mayo de 10 a 14h images

¿Puedo decir No? O me siento… incomodo/a, culpable, triste, egoísta, enfadada/o, etc. Experimentaremos que sentimos con el NO, y las dificultades que tenemos para decirlo, o para sostenerlo y vivirlo. Trabajaremos sobre nuestra capacidad de poner y aceptar límites. En el aquí y ahora del grupo miraremos como vivimos el No y el Si en nuestra vida cotidiana.

Tendremos como eje del taller explorar aquellas situaciones, vínculos y/o experiencias en las que necesitamos decir No y nos resulta difícil, tanto por las emociones que nos genera ( incomodidad, miedo al rechazo, tristeza etc.) como por los aprendizajes emocionales e introyectos que tenemos sobre el No (no está bien, hay que ser buena persona, etc.)

En el grupo, buscaremos ampliar el darnos cuenta de qué emociones y sensaciones se despiertan en estas situaciones y explorar cuáles son nuestras dificultades para poner límites, para separarnos, o para alejarnos y/ o acercarnos. La propuesta es observar qué creencias, nudos y/ o mecanismos hacen que me sea difícil decir No (o mantenerlo y sostenerlo). A veces será dejar algo fuera, terminar una situación, decir que no a alguien que queremos, decir que no a nuestra propia costumbre etc.

“Para deshacer un nudo tenemos que saber cómo está hecho”.

Alejandra Sosa

«VAMOS A HACERNOS LO QUE SOMOS…»

índexEl título es una frase de José Luis Sampedro filósofo y economista,
en Salvados,  un domingo de abril.

La única forma de liberarse de un pensamiento o sentimiento indeseado primero es aceptarlo  y luego permitirle su expresión. Aceptar lo que es y hacernos lo que somos. Esto es el existencialismo en  el cual se apoya la terapia Gestalt. JL Sampedro nos dice: “vivir es  ser conscientes… tener libertad interior… y aprobarte ante ti mismo.”
En la terapia nos encontramos con “No me gusta mi inseguridad”,” No quiero ser tímida”, “Soy demasiado amable y compresivo”, “Me molesta mi facilidad para ceder”, “Siempre me hago cargo de los demás”,  ”No sé poner límites “, “Quiero ser más decidida”, ”Soy muy quejoso…” y un largo etcétera de  motivos de consulta.

Si vengo a terapia para cambiar ESTO que no me gusta de mí, es que YA hay una parte  opresora que dice “No me gusta eso, eso no es bueno” (mi timidez, mi inseguridad, mi agresividad) y una parte oprimida que dice: “Es cierto, tienes razón: lo que soy no está bien y tengo que cambiar”.  Aquí no hay aprobación sino un conflicto.

Este conflicto  se puede manifestar a través de  síntomas psíquicos y físicos, los cuales evidencian dolor psicológico. Para no sentir este dolor a veces lo enmascaramos o falseamos poniéndolo en el cuerpo: dolores musculares, insomnio, trastornos digestivos, cansancio  y otros malestares,  o en la manera  de vivir cotidiana  de forma disfuncional, estanca y repetitiva: con angustia, ansiedad, depresión, llanto, mal humor  y otros.

Si queremos superar este malestar, primero es mejor observarlo y ver qué pistas nos da. Dando un espacio para escuchar nuestro cuerpo y nuestros sentimientos y sensaciones,  podremos hacer algo con ello. En el proceso terapéutico  vamos  reconociendo y  aceptando esas partes en conflicto  y  nos vamos  dando cuenta, esto nos permite   ampliar el campo de percepción  de la realidad interna y externa,  ampliando así los modos de responder frente a la misma. Sin falsearnos y  siendo más auténtic@s.

Pedro de Casso plantea que  la autenticidad  no es alcanzar “el ser ideal” sino basarlo en el sentimiento de un@ mismo,  y la guía para ello es  llenar los agujeros de la personalidad e integrar los aspectos rechazados de mi  mism@.
Vamos a hacernos lo que somos…siendo  conscientes. El filósofo Heidegger decía que las personas “somos las únicas que nos damos cuenta de que nos damos cuenta “, y eso es la conciencia.

¿Cómo lo hare? Aprendiendo a confiar en lo que me sienta bien y lo que no y para ello el espacio de terapia me permitirá escucharme, conocerme y  aprobarme ante mi mism@. Es cierto que no todo lo que siento sé si  es confiable o no (por las distorsiones perceptivas, los mecanismos defensivos,  el  oscurecimiento de unas partes en función de otras, etc.) pero dado que no podemos dejar de sentir lo que sentimos el objetivo será aprender a reconocerlo, explorarlo, ponerle luz, “pelar las capas de la cebolla” y abrirnos al camino de la autorregulación.

Alejandra Sosa Chaparro Abril 2013

¿Qué tiene la libertad que no tenga yo?

«El contacto sólo puede existir entre seres separados,que siempre necesitan independencia y siempre se arriesgan a quedar cautivos en la unión»
Polster

Crecemos oscilando entre el apego, la pertenencia (a una familia, un grupo) y la individuación y separación. Pasamos gradualmente de una dependencia temprana a la independencia y autonomía de la adultez. Necesitamos del contacto con los otr@s, del amor, de vínculos significativos que construimos y nos construyen. Nos movemos entre el contacto y la retirada que es el ritmo espontáneo del organismo. El primer vínculo importante fue con la madre, un vínculo simbiótico y como plantea la teoría vincular buscaremos en los nuevos vínculos alcanzar la «ilusión» de completud. He aquí la paradoja: pasamos de querer separarnos y ser libres a querer unirnos y así todo el tiempo.

Hablemos de la pareja, vínculo que aparece en la terapia, algunas veces por el deseo de contacto, la búsqueda de amor («¡Quiero enamorarme!», «No encuentro alguien con quien compartir», «Me cuesta entrar en intimidad»), otras por la dificultad de estar en pareja («Siento que me pierdo», «No sé poner límites», «Siempre estamos en conflicto», «Es como si no l@ conociera») o por el dolor que supone atravesar la ruptura o transitar los cambios que provoca la separación.

Desde la Gestalt vemos que en el enamoramiento surge lo que llamamos «confluencia», cuando percibimos solo las similitudes entre ambos, lo común, al tiempo que negamos e ignoramos las diferencias. En su aspecto sano permite trascender nuestros propios límites, favorece la empatía y es la base de la intimidad, mientras que en su aspecto insano, nos funde con el otro y sentimos que «nos perdemos». No hay contacto ni retirada.

Para construir un vínculo amoroso estamos dispuestos a ver lo que nos une, lo que es semejante a nosotros , para construir un proyecto común. Hacemos alianzas inconscientes; un pacto narcisista y un pacto de denegación: dejamos fuera , negando, lo que pueda amenazar al vínculo y tenemos la ilusión de transformar lo desconocido de la pareja en conocido, en semejante , y así poder pasar de la incertidumbre del encuentro a una zona compartida y conocida. Se crea una estructura estable pero cambiante, que, en la Teoría Vincular, llamamos Zócalo Inconsciente de la Pareja. Está compuesto por los códigos de cada integrante de la pareja, de sus ideas sobre las relaciones y el amor, de las formas de vincularse más tempranas, de modelos parentales y sociales. Determinará la modalidad de la relación siendo una síntesis de los códigos individuales, un espacio inter-subjetivo, delimitando lo que entra y lo que queda fuera de la pareja, lo aceptado y lo que no, creando inconscientemente un Nosotros.

¿Qué sucede cuando hay fisuras en el Nosotros? Las roturas en el zócalo de la pareja generan transformaciones en el vínculo: crecimiento vincular o síntoma y sufrimiento. Podemos quedar atrapad@s dependiendo de un vínculo que ya no es «el que era» o podemos transitar el conflicto y/o la decepción. Salir de la confluencia, de lo indiferenciado, y retirarnos para vernos, «a mí» y «al otr@», como diferentes y reales, dando lugar a una nueva construcción vincular y, quizás, volver a ser dos en contacto y libres. Amorosamente. «La incapacidad de amar, y más en general, la incapacidad de relacionarse verdaderamente con personas reales, es cuando las sustituimos imperceptiblemente por encarnaciones de los propios fantasmas, y proyecciones personales, disfrazadas» (A. Rams). Propongo mirar lo negado y los propios fantasmas, observar lo proyectado, diferenciar qué es mío y qué es de la otra persona. Poniendo consciencia, viendo cómo transito las polaridades dependencia-independencia y cómo me manejo en el contacto y la retirada. Aprovechar la crisis para ver qué traigo a la relación, qué repito, qué es lo que no puedo ver de la pareja y particularmente de mi mism@. Abriéndome a lo novedoso y al contacto.

Alejandra Sosa Chaparro (Mayo 2012)

Carácter y género

Nuestro carácter se forma principalmente en la niñez y adolescencia. En este periodo creamos estrategias para que nos reconozcan, nos acepten y nos quieran, junto con aprendizajes para poder enfrentar las situaciones que nos rodean. Se construye así nuestra subjetividad, nuestros modos de sentir y funcionar en el mundo y nuestra idea de nosotros mism@s: “Yo soy así… ”.

En esta construcción intervienen los modelos y mandatos de nuestras figuras parentales y/o significativas y de nuestro contexto cultural: “No hagas…, No digas…, Tienes que…, No seas…, Eso no se hace. Debes…”.
Tomamos desde muy temprano estos mandatos sin reflexionar ni discriminar y los hacemos propios, es decir “introyectamos”: tragamos todo lo que nos dicen sin masticar ni digerir, porque eso es lo que se espera de nosotr@s. A medida que crecemos estos introyectos nos alejan de nuestra parte más autentica, haciendo que funcionemos muchas veces en forma automática y rígida, perdiendo así nuestra espontaneidad.

 

Desde el trabajo con el eneagrama C. Naranjo nos dice que: “las diversas neurosis de carácter son respuestas típicas alternativas que nos construimos las personas frente a la cultura” y que hay caracteres que parecen corresponder “predominantemente” a un sexo u a otro. Y aquí mi pregunta ¿Nacemos hombres y mujeres psicológicamente hablando? O esta diferencia se va creando a medida que nos identificamos con un género u otro: femenino / masculino. Hablamos de género no como el sexo biológico sino la construcción social en torno a los mandatos y creencias de cómo es ser hombre y ser mujer. Estos mandatos nos dicen cómo debemos sentir y que debemos hacer por pertenecer a un sexo u otro, y los modelos que nos trasmiten para ello desde niñ@s. A esto lo llamamos introyectos de género.

En el trabajo de prevención de violencia de género con niñ@s y adolescentes encuentro que se continúa reproduciendo roles de género rígidos y estereotipados que provocan sufrimiento a ambos sexos y generan desigualdad. La diferencia no es el problema, sino lo que hacemos con ella. Comparto algunas frases” a las chicas nos importan más las relaciones que a los chicos”, “las chicas son más sensibles y los chicos más duros”, “los chicos toman la iniciativa y las chicas están disponibles”. Las mujeres siguen encargadas de los aspectos emocionales de las relaciones y lo privado (cuidar, comprender, aceptar, etc.) y los hombres de los aspectos activos y públicos (proponer, hacer, proveer, etc.), con los costos emocionales y limitaciones que cumplir estos modelos supone. Además de culpa, confusión y rechazo sí se transgreden estos mandatos. Otras frases: “Si una chica liga con muchos es una…”, “si un chico liga con muchas es un…”, “si un niño es muy sensible…” o si “una niña es muy enérgica…” y más. Pensarán que esto es de otra época pero no, es de ahora mismo. El patriarcado-sexista continúa.

Y entonces, ¿qué podemos hacer? Por una lado trabajar para una educación no patriarcal, donde tengan el mismo valor lo masculino y lo femenino, donde ambos aspectos tiendan a la integración y no sean opuestos en situación de sumisión /dominación, sino complementarios. Y desde la terapia, vemos qué sucede si tomamos estas características como extremos de una misma polaridad que tod@s tenemos. A medida que me identifico con un polo rechazo el otro. Si sólo miro las cosas desde un punto fijo limito mi capacidad creativa para responder. Y ¿qué pasara con lo rechazado? Aparecerá como algo extraño a mí y será nuevamente negado, o no podré usar esa emoción o capacidad cuando la necesite. Si sólo soy fuerte ¿podré ser flexible, sin vivirlo como algo negativo? Si sólo me ocupo de los demás ¿podré ocuparme de mí, sin sentirme egoísta? Soy activo ¿sabré parar? Soy tierna ¿qué hago con la agresividad?

Proponemos identificar y experimentar nuestras polaridades, las de género y las otras, y buscar el punto de equilibrio y de encuentro. Proponemos revisar nuestros deberías y automatismos. Reconocer nuestros introyectos, masticarlos y masticarlos, para sacar fuera lo que no sirve, lo que me limita, y reincorporar y atender lo que sí. Aunque esto no sea lo que se espera de nosotr@s.

Alejandra Sosa Chaparro (Mayo 2010)