Entre el socorro y la desconfianza

¡SOCORRO! «Sufro, no me aclaro, no sé salir de esta situación que vivo como una cárcel». «Me siento hundido en la miseria». «No duermo». «Hace demasiado tiempo que me veo haciendo equilibrios para no explotar a cada momento». «No se sostener una relación íntima más allá de dos meses y me empieza a preocupar». «Se me repiten las crisis de angustia». Éstas, y tantas otras, son expresiones de quien acude a nuestra consulta en busca de ayuda. Algunas personas usan el tono de ¡socorro! Otras, dudan que puedan ser ayudadas por alguien. Cabe señalar que la manera de hacer la demanda forma parte de la estructura de carácter de quien la realiza.

Toda crisis es una oportunidad de crecimiento. Las crisis suponen la rotura de sistemas defensivos que, si no intentamos huir de la angustia que generan, nos brindan la ocasión de entrar en contacto con otras dimensiones del mundo interno, hasta el momento desconocidas o incluso rechazadas. Las cuales orientan nuestro vivir -nuestro estar en el mundo- y son parte activa en la sintomatología y el mal estar psíquico. Cuando una persona inicia la terapia en plena crisis tiene la ventaja de que acude con varias grietas abiertas.

El ¡socorro!, tanto en situación de crisis como en situaciones donde un mal estar antiguo se hace insostenible, contiene un gesto de apertura que va a facilitar, si está asentado en la confianza en el terapeuta, el desarrollo del tratamiento. Sin embargo ello no es así cuando este «socorro» es fruto de una actitud donde el paciente básicamente espera que el terapeuta se haga cargo de él y/o le quite el mal. Ésta es una actitud cerrada, como lo es la de la desconfianza.

La desconfianza es una posición de cerrazón donde el otro, la figura genérica del terapeuta, no tiene credibilidad. En última instancia la desconfianza es hacia uno mismo y hacia la vida de la que somos parte integrante. En muchas ocasiones la posición desconfiada, así como la anterior, están asentadas en un funcionamiento narcisista. Desde el que tendemos a pensar que el bienestar radica en el control o la eliminación de la enfermedad, del dolor o del sin sentido, obviando que ellos forman parte de la vida y que son ocasiones de aprendizaje.

Desde nuestro sistema de trabajo podemos ayudar a quien de alguna manera comparte la perspectiva de que el conflicto y el malestar que lo traen a consulta son la expresión -o la cristalización en forma de síntoma- de aspectos internos no conscientes, de conflictos no resueltos y de actitudes que no puede dejar de repetir. En definitiva, prosigue un proceso terapéutico quien está interesado en mirar de cara a sus propios fantasmas apostando por la aventura de reconocer y de ocuparse de lo que es propio.

Es un recorrido que conduce a la salud en la medida en que el paciente va separándose de los deseos supuestos (triunfos profesionales, familia ideal…) y de las obligaciones impuestas, identificando donde y cuando se los y las tragó. Requiere darse espacio a sí mismo para reconocer y asumir las propias necesidades y los propios deseos -algunos de los cuales de entrada aparecen como inconfesables. Este reconocimiento implica apertura a la experiencia interna. Requiere por ejemplo, atender cómo vivo esto o aquello en concreto, en lugar de buscar cómo se supone que me tendría que afectar. Implica también no escondernos ante los efectos de nuestros actos.

Muchos enfoques terapéuticos -y más aún los que damos valor a la expresión emocional- podemos facilitar la posición egótica del paciente. Me refiero a ese «me apetece», «me lo merezco» o «ahora me toca a mí», cuando no está asentado en el compromiso con uno mismo y con las interacciones que uno establece sino que más bien está organizado sobre el escapismo y el poco interés en aprender realmente de la vida y de uno mismo. En varios casos esta posición egótica es incluso necesaria como etapa, pero requiere su superación para proseguir el proceso de curación.

Así es que este «socorro» o esta «desconfianza» no encontrará vía de salida si se pretende la «curación» que a uno lo salve de reconocer los propios huecos y límites y los propios impulsos; y le ahorre la entrega, el riesgo y el compromiso que supone el desarrollo del proceso terapéutico ..

Cristina Nadal (2002)

En torno al saber interno

Como decíamos en la introducción, AULA plasma el sentido que nos identifica de ser un lugar al que se acude en busca de un saber. En este caso se trata de un saber interno. La inscripción «Conócete a ti mismo y conocerás a Dios», en la puerta de entrada al templo de Tebas, apunta a una fuente interna de máximo conocimiento. El modo de acceso al mismo y el objeto de conocimiento que se pretende conseguir son definidos de manera diferente por cada sistema de pensamiento o enfoque que comparten el interés por dicha fuente de conocimiento.

Nuestro modo de acceso a este lugar interno de saber -que más que buscarse se encuentra- pasa por saborear, identificarse y apropiarse de lo que uno siente, hace y piensa. Es relevante la importancia que le damos a la concienciación de las propias emociones y a la experiencia de la expresión de las mismas. Dicha expresión es liberadora e integradora cuando se hace atendiendo tanto los pensamientos, recuerdos, imágenes… que van apareciendo, como cuando el paciente puede ir registrando, dando espacio y siguiendo aquellas sensaciones corporales que irán abriendo nuevos espacios internos no alumbrados por la conciencia. Se trata pues de una apertura a uno mismo que incluye el aprendizaje de dejarse llevar y dejarse sorprender por la propia existencia.

Hablamos de proceso de curación, de proceso de terapia, refiriéndonos al recorrido que cada uno, como paciente, hace al iniciar y proseguir el viaje de saber de sí. Es un proceso que alude a la aventura de desmentirse, de desenmascararse y de reconocerse. Desmentirse es desentrañar la falsedad de la propia cosmovisión, de la manera que uno tiene de entender el mundo y, por lo tanto, también de entenderse a sí mismo.

La sintomatología y la angustia son mantenidas por comportamientos automáticos, en gran parte inconscientes, que se apoyan en lo que Claudio Naranjo llama «Ideas Locas». Afirmaciones «tragadas» de nuestros progenitores e ídolos -no ajustadas a nuestras necesidades y a nuestra realidad- y conclusiones que en su momento nos fueron útiles para capear una situación determinada -que nunca es igual a la situación actual- agrandan, entre otros factores, nuestra distorsión perceptual. Estas rigideces mentales y comportamentales impiden que podamos percibir desde diversos puntos de vista y también impiden que podamos interactuar con los demás y con el entorno de forma suficientemente creativa.

La apertura a ese lugar de saber interno, desde donde posicionarse mejor en relación a la propia vida, pasa -como dije- por la vía de identificarse con la propia experiencia. Quien acude a nosotros viene tanto con el deseo de saber y de cambiar como con la resistencia a modificar su punto de vista y con la reticencia a entregarse a su propia vida. Buena parte del proceso terapéutico es dedicado a experienciar la autoría y la mecánica de tales evitaciones pudiendo así acercarse, poco a poco, a aquello rehuido. Evitamos hasta la negación aquello que no cuadra con nuestra autoimagen y aquello que tememos que nos pueda destruir como -entre otros- el dolor (que convertimos en sufrimiento), la vulnerabilidad (que no el victimismo) y el vacío.

Es precisamente el destaponamiento del acceso al vacío, el que nos permite ir acercándonos al «punto 0» del que hablaba Frielander. El «punto 0» es aquel lugar interno desde donde podemos concebir cualquiera de los desarrollos opuestos de una vivencia o de un acontecimiento dado, incluyendo, también, lo que recibimos como «palos» de la vida. Allí, en ese «punto 0», es donde puede operarse el cambio del punto de vista subjetivo. El acceso al vacío es necesario para dejarnos ser mas allá de como supuestamente tendríamos que ser; y para dejar ser, al otro, mas allá de lo que esperamos de él y de lo que pretendemos que sea. Es un espacio necesario para enriquecernos con el estar y con las interacciones que realizamos en nuestra cotidianidad.

Cristina Nadal (2001)

Ante el vacío…

Yo evito el vacío poniéndome en situación de estrés, otros se deprimen, otros… Así nos abocamos al vacío estéril del que hablaba Perls, un vacío desvitalizante y donde parece que no hay «nada». Yo llego al bloqueo autopresionándome, el deprimido llega al sin sentido. ¿Cómo lo haces tú?

Escuchemos a Claudio Naranjo: «La nada, el vacío, la falta de significación, la trivialidad, son todas experiencias en que no hemos abandonado totalmente las expectativas o los estándares, mediante los cuales medimos la realidad. No surgen de un puro darse cuenta sino de comparaciones.»

Deseo seguir transitando por la experiencia de trabajar en equipo. En él vivo casi de todo: amistad, rivalidad, apoyo, alimento profesional… y, ahora, un vacío. Ramón es un hueco grande en el equipo. Grande es su entrega y su capacidad. Albert es un hueco en un lugar de maestro. Su brillantez de comprensión nos ha imprimido a todos a través de su capacidad de elaboración y transmisión.

Vivo tristeza e inseguridad frente a la separación. Ambas del orden de lo frágil, vulnerable, blando, débil… ¡peligro! En lugar de simplemente dejarme sentir, me disparo, me tenso, desconfío y genero ansiedad. Me presiono y me obligo al servicio de una competitividad con la que aún no sé disfrutar. Mientras sigo esta espiral estoy lejos del vacío y del no saber, reales y necesarios para la emergencia de lo nuevo y genuino.

Después de llorar la pérdida, cuando la siento, es cuando puedo recuperar la sensación de amplitud y contentura que me aporta dicha decisión de separación. Pretender no sentir el susto es volver a tensarme. Me voy acordando de que tengo la posibilidad, no siempre a mano, de mirarme con mayor ternura. ¡Bendita apertura! La segunda lectura del Manual de iluminación para holgazanes, de Thadeus Golas, me ha hecho mella, tenía el campo abonado.

Claudio, parafraseando a Perls, aporta: «La terapia gestáltica es la transformación del vacío estéril al vacío fértil». Aquí añado lo que Perls dice en palabras de Heissenberg: «¡Los hechos observados cambian por el simple hecho de ser observados!» Dar espacio y atender lo que uno experimenta, así como reconocerse autor de la propia acción, es la vía por la que el vacío estéril -al que nos abocamos huyendo de nosotros mismos- puede llegar a su polaridad: el vacío fértil. El vacío fértil es el germen de la percepción no programada y de la respuesta creativa. Accedemos a él relajando y dejando caer las respuestas automáticas, desentrañando los pensamientos locos y encarando la angustia que sentimos frente a la nada.

…apertura consciente a la experiencia.
Cristina Nadal (2000)

Gestalt y Trabajo Grupal

Acerca de la intervención individual e interaccional en grupo

Artículo publicado en «Conciencia sin fronteras»

La Gestalt-terapia. Es un método psicoterapeútico iniciado en 1943 por FritzPerls, proveniente del psicoanálisis, junto con su esposa Laura Perls, conocedora de la Psicología de la Gestalt -corriente alemana de principios de siglo-. Cuando alrededor del 60 Fritz se traslada a California va a dar mayor valor a la profundización del enfoque terapéutico como filosofía de vida y va a poner mayor énfasis en despertar la capacidad de vivir la experiencia directa (cuyo fin del recorrido llevaría al «satori») como vía de sanación. La escuela de Clívelant, donde permanece Laura, sigue más interesada en la elaboración de referentes teóricos. De ahí van a salir desarrollos de la psicoterápia de grupo donde se contempla al grupo en su totalidad estudiando las etapas por las que atraviesa e investigando propuestas experienciales dirigidas a todos los participantes. En la práctica, generalmente se alternan tanto este tipo de propuestas junto con las dirigidas a uno o varios participantes determinados. De esta última modalidad de trabajo hablaré en este escrito después de dar alguna pincelada sobre Fritz y sobre la Gestalt.

Fritz Perls, por su propio carácter, más bien psicopático y orientado a la acción que sumiso y con predominio de la actividad del raciocinio, por su relación con el mundo del teatro, y por su proceso terapéutico como paciente con el precursor de la Bioenergética (Wilheim Reich), fué orientándose hacia un sistema terapéutico centrado en el presente, guiado por el nivel emocional y dando valor terapéutico a la acción. Usaba su propia reacción emocional para ponerse en relación con el paciente con el objetivo de facilitar el paso de la posición manipulativa del entorno al autoapoyo en la interacción. Para ello propone un enfoque en el que el terapeuta, orientado por su propio sentir y asentado en su saber y su experiencia, frustra la demanda enmascarada y confronta la mentira del paciente a la vez que da espacio y apoya la expresión genuina del mismo.

Guiado por su exquisito olfato de la falsedad y por su rechazo a la misma, por su gran capacidad de reconocer lo obvio en la expresión del otro y por su presencia veraz y transparente frente al otro, propiciaba el encuentro del participante consigo mismo y con la realidad momento a momento.

Perls tenía la fe puesta en lo que él llamó el proceso de «autorregulación organísmica». Los seres humanos, a diferencia de los animales, disponemos de poca regulación instintiva. Sin embargo, al igual que en ellos, muestras necesidades también se organizan en relación a la más prioritaria y nuestro organismo dispone de resortes sensoriales para poder detectar cuál es esa necesidad en cada momento.

La neurosis interfiere en el flujo natural o genuino del ser humano de establecer contacto con el entorno y de retirarse, ambos movimientos necesarios para sobrevivir y desarrollarse. La neurosis implica distorsión en la percepción de uno y del entorno y también implica la ejecución automática de actitudes evitativas -con sus correspondientes pensamientos, emociones y reacciones- que mantienen la ceguera. Cambiamos el riesgo de ser quienes somos, la confrontación con nuestros límites y el encuentro con nuestro vacío y con nuestro dolor, por la sintomatología y el goce del sufrimiento neurótico.

Sesiones gestálticas en grupo. Así llamamos a la forma clásica que usaba Perls en sus grupos y demostraciones. En su época californiana abandona la terapia individual afirmando que en el grupo al participante se le hace más difícil defender y justificar sus propias resistencias, es decir las reacciones evitativas de darse cuenta de sí y del entorno. Tiene más peso una confrontación con una falsedad vista por varios pares de ojos, que la que sólo se apoya en los del terapeuta. En sus demostraciones pedía al participante (situado en la llamada silla caliente) que se centrara en qué tenía en primer plano en su conciencia en cada momento y lo pusiera de manifiesto. Interactuaba con él a modo de sesión individual frente a los demás participantes. Intervenía -por ejemplo- en relación a una expresión no verbal del participante, orientando su darse cuenta a la exploración vivencial de la misma, lo cual podía llevar a la expresión de una emoción de la que el sujeto no era consciente hasta el momento, o a percatarse de un modo particular de autointerferirse.

En esta modalidad, el resto del grupo actúa a modo de caja de resonancia. Como en el coro griego, cuando el protagonista toca fondo, desnuda su alma o pone de manifiesto su bloqueo, facilita la movilización emocional del resto del grupo. Cuando el trabajo de uno es profundo y el clima emocional grupal lo permite, a algún otro participante se le abre una vieja herida o accede a un nivel experiencial poco habitual. En general los trabajos se encadenan y tanto cada tema trabajado como el conjunto de los aspectos emergidos, hablan del grupo en su totalidad. Cuando el terapeuta, tal como destaca Paco Peñarrubia, señala este reflejo grupal facilita mayor compromiso de trabajo en los participantes.

Lo que el protagonista experimenta encara a los otros participantes con asuntos que les son propios como una reacción visceral o defensiva, les reaviva un asunto conflictivo, les aporta un darse cuenta de algo no reconocido hasta el momento o les suscita ganas de decir o hacerle algo al protagonista. Compartir, a modo de feed-back, de resonancias internas, qué le ha sucedido a uno cuando el otro trabajaba, implica ya un cierto nivel de darse cuenta. Ponerse en relación con el protagonista implica una experiencia terapéutica si uno puede hacerlo con la suficiente apertura para enterarse de lo que el propio encuentro le suscita a él internamente. Al protagonista los feed-backs le resultan sanadores, especialmente aquellos que expresan lo que el protagonista evita y teme escuchar o recibir, y aquellos que por ser resonancias empáticas profundas o ser expresiones de amor genuino le facilitan la suficiente apertura para saborear la experiencia.

Durante su existencia, el grupo atraviesa diferentes etapas, que van sucediéndose entre sí, descritas de formas distintas por diferentes autores. Conocerlas va a permitir al terapeuta facilitar la evolución del grupo interviniendo en relación a las resistencias y bloqueos inherentes al mismo.

El grupo es un excelente escenario para explorar los conflictos y dificultades relacionales y para explorar actitudes nuevas. Así que en esta modalidad de «psicoterapia en grupo», el resto de participantes (además de facilitar la profundización del trabajo por su presencia y a través de los feed-backs) pueden ser usados por el terapeuta, como un otro cualquiera o un otro concreto, para la exploración experiencial de una situación cotidiana, de las actitudes y de las expresiones o emociones determinadas del protagonista frente a otro.

Trabajamos sobre la experiencia de cada cual en esta situación de grupo. Aquí, en el grupo, al participante le sucede lo mismo que se encuentra en la calle, y si el trabajo resulta, uno puede ir un poco más lejos de lo que se permite en su vida cuotidiana. La diferencia es que aquí la tarea es poner conciencia en lo que a uno le sucede y responsabilizarse de su propia acción, reconocer el modo en que uno se coloca frente al otro y explorar aquellos vínculos o aspectos de uno descartados por miedo o prejuicios. Es mucho más fácil colgar el propio mochuelo en la percha del otro, por ejemplo,»éste las tiene conmigo», -cuando además suele ser esto verdad- que reconocer qué hago yo para ponerme como diana, en este caso, del rechazo del otro.

Es frecuente que en la exploración de los vínculos que uno establece con el grupo y con determinados miembros del mismo el paciente descubra cómo trata al otro o a los otros como si fueran su papá, su mamá, sus hermanos u otros familiares o personas significativas.

Nuestro sistema vincular, el modo en que establecemos las relaciones con los demás, lo estructuramos en la infancia en el seno de nuestro núcleo familiar. Consolidamos formas de relación en función de nuestra estrecha interpretación de la realidad. En esta época engullimos mensajes («el mundo es de los fuertes», «nuestra familia es una piña», «tu padre es un desgraciado», «para ser….tienes que….» y tantos otros) que si bien algunos, pueden ser operativos y referirse a lo real de determinadas ocasiones, distorsionan la percepción de nosotros mismos y del mundo en la medida que actúan como filtro. También de niños desarrollamos respuestas evitativas frente a la angustia que nos provocan las situaciones que no podemos asimilar, estas situaciones quedarán pendientes de resolución. La automatización de tales respuestas evitativas hace que estos asuntos pendientes queden en el fondo de la conciencia. Tanto las ideas deformadas de uno y de la realidad como las respuestas automáticas ante la misma y las estrategias manipuladoras aprendidas de niños -que dificultarán la resolución de muchas otras situaciones- mantienen la posición de no ser dueño del propio deseo y de la própia experiencia.

El proceso de profundización y elaboración del este antiguo vínculo facilitará el reposicionamiento frente aquel personaje interno y también la diferenciación entre aquél y éste o éstos con quienes comparte el trabajo terapéutico grupal. Este proceso pondrá al paciente frente a situaciones que permanecen inconclusas en relación al personaje que proyectó en su compañero o compañera y permitirá la posibilidad de encararlas y de dar pasos hacia la integración de aspectos negados como pueden ser la competitividad, la propia fuerza, la intolerancia o la debilidad y la ternura, para nombrar algunos de ellos.

El participante de grupo se pone frente a la tarea de flexibilizar su estructura psíquica interna. La profundización en sí mismo requerirá el aprendizaje de la apertura suficiente para incluir a los demás como compañeros de viaje. También el aprendizaje de sustentar los propios límites e intereses para no solo perderse en lo que en determinado momento puede vivirse como el «magma» fusional grupal, que por otro lado también será enriquecedor poder experimentar.

Cristina Nadal (1999)

El síntoma, una acción

Cuando alguien acude a nosotros anda en busca de algo que no tiene o que le sobra en su vida. Anda en busca de la posibilidad de experimentar emociones, estados anímicos o situaciones que no consigue, como tranquilidad, vitalidad, autoestima, mayor capacidad de decisión… pareja, reconocimiento… sentido a su vida. Y también viene para quitarse de encima fobias, «muermo», ansiedad y angustia, insatisfacción, culpa…

Todo método psicoterapéutico tiene como objetivo la consecución de un cambio que lleve a una mejor calidad de vida. Desde la perspectiva de la Terapia Gestalt decimos que la apertura de uno a enterarse de sí y de su mundo, y la tarea de responsabilizarse de sus actos, lleva a la sanación. Ello requiere que uno pueda tomar asiento en su propio seno.

Las actitudes evitativas que sostienen el síntoma son automáticas, reactivas a un mundo más fantasmagórico que real y se disparan sin nuestro expreso consentimiento. Una obsesión tiene la característica de idea repetitiva e inevitable. Un acto compulsivo es aquél que el individuo no puede dejar de realizar, a menos que esté dispuesto a, y pueda, soportar el alto grado de angustia que se le despierta en caso de que deje de hacerlo (comprobar si ha cerrado la puerta, el gas… colocar objetos de una determinada manera para poder estar medianamente tranquilo…). Las ideas y sentimientos neuróticos de derrota no atienden a las realidades alentadoras tantas veces remarcadas por los amigos del afligido, es más, suelen complicar dichas relaciones.

El síntoma es una acción que uno hace. ¿Quién si no?. Sin embargo son pautas de comportamiento experimentadas como ajenas. Quien ejecuta la acción sintomática (vaginismo, ataques de ira incontrolables…) dirá que no la quiere. Verdad y mentira. Claro que le hace sentir mal; sin embargo cumple su función intrapsíquica y relacional. Por lo tanto, la anterior es una afirmación hecha sólo desde una parte de uno ignorante del deseo motor del síntoma. También piensa, y a veces dice, habiendo depositado en ello mucha esperanza: «Yo cuando no tenga esto que me hace sufrir… (o) cuando consiga esto que vengo a buscar… seré un hombre nuevo o una mujer nueva». Lo nuevo y bueno será no tener o haber conseguido aquello o lo otro. Lo difícil es asimilar que uno sigue siendo un simple ser humano por más que tenga o haga. Igual de difícil, y a veces más, será aceptar que el otro tampoco es completo, ni es Dios, aunque nos empeñemos en ello o nos ocupemos de machacarle por no serlo.

Me interesa del psicoanálisis su concepción del nacimiento del yo a través de la identificación con una imagen especular mediatizada por la mirada y el deseo de la madre. Ese narcisismo constitutivo de la psique que, en su prevalencia, impide la maduración, tanto en su vertiente «Soy super guai» como en la versión «Soy siempre un desastre».

El acercamiento a ser quien uno es pasa por la posibilidad de ir encarando la angustia y por ampliar la capacidad de transitar el vacío, que sólo será fértil después de dar paso al vacío de ser.

Cristina Nadal (1999)

¿Terapia?

«¿Lo que me pasa es para hacer una psicoterapia?, ¿la necesito?… Me han dicho que me iría bien, pero… ¿esto sirve de algo?». Uno puede saber de algún otro que está contento con su terapia, o con su terapeuta; también puede saber de alguien que ha podido hacer incluso más de una terapia estando, ahora, peor que antes. ¡Ajá!, la terapia ¿cura?

Yo llamo «paciente» al terapeutizado porque pone de relieve el reconocimiento de la enfermedad, no por la connotación que pueda tener de pasivo. La demanda de tratamiento implica una buena dosis de disposición activa y cierta consciencia, al menos, de sentirse entrampado en algún aspecto de su cotidianidad o de su relación consigo. Lo que cura es el proceso de integración intra-personal que se va dando a través del proceso terapéutico. Quien recorre el camino hacia sí mismo es el paciente. El terapeuta orienta a través de su calidad de presencia y de su intervención, con el objetivo de que el paciente vaya haciéndose cargo de sí.

Lo que molesta -eso que me gustaría cambiar- conlleva afirmaciones como «yo no tendría que ser así» o «yo no tendría que experimentar eso». Así eres y eso te creas. Los síntomas -esos pensamientos angustiantes y acciones o estados de ánimo entorpecedores del buen vivir- y las situaciones que uno se encuentra repitiendo de forma insatisfactoria y sufriente son, además de vividos, producidos por uno mismo.

Son la mejor forma que uno ha encontrado para canalizar la angustia consecuente de los conflictos internos no suficientemente reconocidos, de aspectos de sí no aceptados y de situaciones pasadas no resueltas ni encaradas que contienen necesidades no satisfechas, frustraciones no elaboradas, mentiras que uno aún sostiene… dolor, agresión y amor no reconocidos. Durante el proceso terapéutico estos aspectos se reavivarán, se pondrán en primer plano al dirigir la atención al transcurso de la experiencia actual momento a momento. Podrán ser transitados y reapropiados al ir cediendo en las actitudes y comportamientos evitativos que los mantienen alejados de la conciencia.

En nuestro enfoque terapéutico, el terapeuta facilita este proceso de toma de conciencia a través de dar espacio y de apoyar la vivencia y expresión genuinas, así como de frustrar y confrontar las mentiras que el paciente se cuenta y las manipulaciones que hace. Podemos decir que el síntoma es una manipulación hacia uno mismo y hacia los demás. Sustituye la respuesta espontánea, no programada, de quien lo produce. Es una reacción en lugar de un acto verdadero que implicaría reconocimiento y responsabilización del propio deseo. A la vez, el deseo de quien lo ejecuta, como ya afirmaba Freud, no anda lejos. Está entrelazado y oculto en el mismo comportamiento o pensamiento sintomático.

Sabemos que además de la formación y la experiencia, además de la honestidad y del buen hacer del terapeuta, para que un proceso terapéutico acompañe a la sanación del paciente, éste tendrá que estar dispuesto a encontrarse con aquello de sí que no concuerda con su autoimagen ni con el ideal de lo que tendría de ser. La terapia cura en la medida que orienta y permite asumir quién es uno frente a los demás (no en función de los demás) y frente a sí mismo.

Cristina Nadal (1998)

Apuntes sobre la experiencia

La propia vida es el proceso terapéutico más rico que tenemos todos a nuestra disposición. Para poder seguirla con más o menos soltura y amplitud es necesario transformarse y madurar. La vida no es de color de rosa, ahora están más vivos, ¿que más quieren?, decía Perls. Nuestro saber vivirla vendrá determinado, entre otros factores, por el grado en que podamos saborear la vida en todas sus cualidades de gusto, en todos sus tonos emocionales, y por el grado en que podamos acercarnos al reconocimiento de lo real tanto de nuestra experiencia interna como de nuestra percepción de lo exterior.

Aquí, de la terapia gestáltica, resalto la propuesta de experimento por parte del terapeuta como una de sus formas de intervención: proponer la repetición de un gesto o de una palabra, exagerar un tono de voz, explorar el contacto con una situación o persona representándola simbolicamete en la sesión… Si bien en algún momento puede servir para explorar actitudes nuevas, el valor de la misma reside básicamente en que es un medio para atravesar la experiencia percatándose de la misma. La relación con el terapeuta, y con el resto de participantes, si la terapia es grupal, es activada y atendida para aumentar el grado de conciencia de lo que cada uno experimenta y de cómo distorsiona tanto la percepción de su vivencia interna como de la realidad externa.

La propuesta o focalización brindada por el terapeuta será experiencial en la medida en que incluya la implicación del nivel corporal. Este nivel es evidente cuando la propuesta conlleva acción física. Cuando ésta es menos aparente, el cuerpo sigue manifestándose a través de su expresión y siempre está presente en la resonancia sensorial interna aún cuando la acción sea pensar, relajarse o meditar. Tarea del paciente, recordada por el terapeuta, es atender su devenir momento a momento.

El amor es uno, lo pongo en minúscula para resaltar que éste es cada uno de los amores que experimentamos, aunque perfilado de modo diferente según cada contacto. El dolor también es uno, vivido con diferentes matices según la situación. Las situaciones pasadas están presentes y las no resueltas emergen distorsionando tanto la percepción de nosotros mismos y de las situaciones en que nos encontramos como nuestra capacidad de respuesta. La conciencia de ellas, nombrar y atravesar experiencialmente, sensorialmente, aquellos aspectos truncados, evitados en las mismas, nos aproximan al reconocimiento de lo obvio, lo cual posibilita que uno pueda apropiarse y responsabilizarse de lo suyo.

En cierto sentido, cambiar no es posible. Nadie puede ser otro, aunque dediquemos a ello considerables esfuerzos y a veces parezca que lo consigamos y no podamos salir de la encerrona que ello supone. La gran transformación, dolorosa, decepcionante, arriesgada…vivificadora, es el camino de vuelta a uno mismo. Dirección que implica adueñarse de la propia experiencia.

Cristina Nadal (1997)