Equivocarse

En las películas de acción siempre llega el momento en el que hay que cortar el cable de una bomba que está a punto de estallar, y el héroe de turno se encuentra con la disyuntiva de cortar el rojo o el azul… generalmente, en el último segundo, se decide por el azul (no se equivoca) y la bomba no explota. Y salva su vida y la de varios ciudadanos honrados. Qué bonito. Qué bien.

Documentales de la 2. En la pantalla aparece un antílope del Serengeti que siente, en su piel ensangrentada, el ardor del zarpazo de un león. Estaba bebiendo agua del lago y escapó de milagro de sus garras. Bien. Con toda seguridad en este momento no está recriminándose con pensamientos tales como: «Ya me decía mamá antílope que tuviera cuidado al beber en el lago». Otro: «Qué tonto soy; toda la manada bebiendo y me toca a mí, ¿será que soy muy negativo?». El último: «¡Qué ridículo! Lo vio toda la manada, ¿qué pensarán de mí?» Apuesto que no maldice su mala suerte, ni a Dios por crearlo a él tan vulnerable y al león tan fiero. Seguramente tampoco le agradece que lo creara así de ágil. Lo más probable es que una vez se sienta a salvo se ponga a pastar, con un ojo puesto en la hierba y el otro al frente por si aparece un león. Envidiable, por supuesto.

Y, sin embargo, creo que la conciencia del error -que esa es la cosa- es un acicate para el ingenio y un estímulo para la inteligencia. Pues, ¿para qué se inventó el agua envasada sino para evitar que nos coman los leones? Y no es broma. Claro que hay quien dice que el progreso es una sucesión de necesarias cosas innecesarias. De acuerdo; acepto que el ser humano posee también el don de la estupidez. Pero que no se olvide que entre las cosas innecesarias se incluye la música de Beethoven y el fútbol de Guardiola…

A propósito del miedo a equivocarse, lugar al que quería llegar y en el que quiero incidir especialmente. El imaginario popular nos informa: «Errar es humano» y «Es de sabios reconocer los errores». Mas también circula lo de «El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra». Este último dicho tiene un tono más acusativo y casa con lo que, a mí entender, ocurre en la vida diaria, en la que solemos convertir el error en algo nefasto. La posibilidad de equivocarse arrastra consigo una desvalorización exagerada. Es decir, si me equivoco no es, simplemente, que me-he-e-qui-vo-ca-do-y-ya sino que SOY UN DESASTRE. Literalmente. De ahí a la paralización hay un paso, ya que cada acto se convierte en una prueba de aptitud; un certificado de pertenencia al C.P.V.U.A., es decir, Club de las Personas Valiosas Útiles y Aceptables. ¡Qué trabajo la vida! El abismo planea en toda bifurcación, en cada sendero.

Finalmente, me interesa destacar una triste paradoja: la cantidad de tiempo y energía que se puede dedicar a no hacer nada, a la paralización. Lo de triste va por el sufrimiento que acarrea. Veamos. En el Taoísmo se habla maravillas de la no-acción de Sabio: nada hace y nada queda sin hacer. Pero nosotros, menos sabios y más prosaicos, podríamos decir: nada hacemos (que ya es una forma de hacer) y todo queda igual. Ciertamente, al no hacer no nos equivocamos, pasan los días y, como cantaba Julito, La vida sigue igual. Puede ser (es) cómodo. Sin embargo, cuánta ansiedad nos procura. Se amontonan situaciones pendientes. Bordeamos la insatisfacción o nos inunda. La frustración es moneda de cambio y, en la puesta de sol, suena la melodía de Todo lo que pudo haber sido y no fue. El estómago en un puño. Pero… no nos hemos equivocado. ¿Qué más queremos?

Por cierto, creo que no digo nada nuevo, ni desvelo algún secreto si afirmo que equivocarse, más que humano, es inevitable.

Josep Devesa (2001)

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