Límites ¡Bendita frustración!

De la angustia de la desintegración al sentido de la vida

Hoy en día, nos hallamos inmersos en una crisis de aquellos valores que anteriormente pautaban nuestras vidas (religión, familia, política…) y, paralelamente, cada vez hay más personas que «buscan» llenar ese vacío de forma más o menos sana (conductas de alto riesgo, adictivas, religiones y filosofías exóticas, etc.). He ido observando cómo nuestra sociedad alimenta dicha crisis mediante la creencia subyacente de que los valores limitan a la persona y de que los límites son perjudiciales por coartar la libertad. Como si los límites pudiesen no existir… O, mejor dicho, como si nosotros pudiésemos existir sin límites.

Imaginemos un cuadrado. Sus límites serían sus lados: esos que «no le dejan» ser ni más grande, ni una circunferencia, ni un rectángulo. Imaginemos que, para «liberarle», le quitamos los lados. ¿Dónde está el cuadrado? Ya no hay diferencia entre él y el resto del espacio. Los límites delimitan un contenido, diferenciándolo del entorno y dotándolo de una entidad propia y específica. Son, por tanto, no sólo necesarios sino inherentes a la existencia misma. En el caso de los organismos, no existe ningún ser sin membrana (nuestra piel) que lo distinga del resto del mundo.

Esta relación entre límites y existencia se da igual a nivel psíquico que a nivel físico. La identidad propia (quién soy yo y qué sentido tiene mi vida) se construye en base a unos determinados valores, creencias, gustos… que limitan a la vez que crean un espacio emocional-intelectual con el cual identificarse.

Dicho proceso de construcción se inicia al nacer, siendo la infancia una etapa clave durante la cual el niño incorpora del entorno, intensa e indiscriminadamente, todas esas pautas que serán los cimientos sobre los cuales crecerá y madurará.

Los padres son la principal fuente de dichos elementos, sean conscientes de ello o no, por lo que su papel es fundamental en el desarrollo psíquico del hijo. Si los límites son excesivos, abusivos o se imponen rígidamente (confundiendo autoridad -necesaria- con autoritarismo -dañino-), repercutirá en privar al niño del suficiente espacio interior para desarrollar su creatividad vital, que es esencial para una sana adaptación al entorno. Este exceso es el más conocido en nuestra cultura por su predominio en generaciones recientes.

En cambio, lo no tan sabido e igualmente peligroso para la salud psíquica es el polo opuesto. En un niño falto de límites (escasos o endebles), bajo la efímera satisfacción de muchos de sus deseos, se irá generando una profunda angustia por la falta de elementos sólidos que le sirvan de apoyo y lo contengan en la construcción de sí mismo. Sus conductas serán cada vez más radicales en la compulsiva búsqueda del límite que calme dicha angustia y lo sostenga.

Así pues, con cada límite claro y sostenido, los padres aportan (metafóricamente) suelo, paredes y techo al hijo con los que construirse un espacio interno. Su función no es que pueda vivir plenamente en él, necesitará del entorno para desarrollarse; así que tan vital es que pueda salir de él como que pueda regresar a refugiarse cuando lo necesite.

Por último, es esencial tener en cuenta que la capacidad de poner un límite y mantenerlo frente a la frustración del otro depende directamente de la propia capacidad de la persona de tolerar la frustración. Por ello, cuanto mejor puedan los padres asimilar sus frustraciones, más capaces serán de establecer los límites de forma adecuada y acompañar al niño en las suyas, favoreciendo su desarrollo y maduración.

Ruth Vila (2001)

Comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.