Vivir en paz

Vivimos en una sociedad enferma. Basta considerar sólo dos síntomas: la insatisfacción y la incapacidad de vivir en paz.
Guillermo Borja
La locura lo cura

Escribo recién consumada la invasión de Irak. Ya sabemos el resultado: vencieron los que más mataron. Por lo demás, la guerra, como otras guerras, parece que continúa. Nunca la habíamos sentido tan cerca, tan amenazadora, tan real y cubierta de mentiras, cuando no de mierda. De ahí que nos hayamos implicado como lo hicimos y que la paz en el mundo emerja nuevamente, y cada vez para más gente, como una necesidad de primer orden.

La violencia del mundo evoca mi propia violencia. Honestamente, no puedo interesarme por la paz en el mundo sin sentirme cuestionada en mis propias guerras, sin ocuparme también de trabajar por la paz en mi vida. Una paz que por primera vez veo claramente necesaria, realmente deseada. Querida. Verdaderamente posible.

Creo que el mundo puede vivir en paz. No es verdad, o es una idea loca, que ¨ como siempre fue así, así seguirá siendo, porque está en la naturaleza del hombre ser un lobo para el hombre ¨. Esta idea revela, a mi entender, al menos tres cosas: la fuerza acomodaticia de la costumbre, o de la inercia, que es mucha; una especie de profecía autocumplida y, por supuesto, una gran ignorancia acerca de los lobos (y de los hombres).

Creo que el mundo puede vivir en paz. Y lo creo porque para mí no es ésta una cuestión de poder o no poder, sino de querer. No se trata, desde luego, de pretender imposibles: bonita coartada para la frustración. No se trata de vivir en el limbo, en un mundo sin conflictos ni errores, sin agresividad, sin enfermedad, dolor ni muerte…ni siquiera sin violencia. Quizá el problema no sea tanto la violencia, sino cómo entendernos con ella, reconocer los resortes que la activan -miedo, codicia, impotencia…- para que no se nos escape de las manos. Sabido es que lo que reprimimos, por más que pretendamos legitimarlo envolviéndolo en justificaciones de diverso pelaje, no desaparece precisamente, sino que brota por otros cauces con mayor destructividad.

La paz es posible y necesaria. La paz en el mundo, en nuestro entorno más inmediato, en el interior de uno mismo. Es cuestión de querer y de querer de verdad, en el amplio sentido de la palabra, que abarca el deseo, la voluntad, el cariño -y, claro está, la paciencia- y que implica aprender lo que tengamos que aprender y trabajar por la paz por lo menos tanto como lo hemos hecho por la guerra. Porque si estamos donde estamos, no es obra de algún hado maléfico o de un destino fatal -eso vale como tema para un bolero-, sino que es obra nuestra y nuestra responsabilidad.

Inés Martínez

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