Acerca del amor en la relación terapéutica

Este escrito surge a partir de la charla que di para celebrar que en septiembre del 2006 cumplí 25 años como psicoterapeuta. En ella, disfruté repasando diferentes etapas y aprendizajes realizados a lo largo de estos 25 años y hablando sobre aspectos teóricos y prácticos que para mí siguen teniendo valor y sobre los que me sustento en mi quehacer.

Al final, cuando un querido colega comentó que, como paciente mío, para él fue importante recibir mi amor y me preguntó si a los demás los quería tanto, respondí que yo también me había sentido querida por mi psicoanalista (con el que apenas tenia contacto) y que, precisamente cuando él era paciente mío, no me despertó mucho cariño (cosa que él ya sabía). Ello, además de ser verdad, fue una manera de echar pelotas fuera desde mi parte más fóbica a “lo bondadoso” y no me tomé el tiempo para responder con mayor profundidad. Eso es lo que me dispongo a iniciar ahora.

Parto de la base de que tanto el impulso amoroso como el hostil existen. Y de que la apuesta de la psicoterapia profunda es la de encontrarse no sólo con lo mejor de uno sino también con lo peor de uno. El título del primer libro de Perls, “Yo, hambre y agresión”, refleja la importancia que daba a la agresividad. En él destacaba la etapa oral frente a la relevancia dada por Freud a la etapa edípica y afirmaba que justamente la violencia era fruto del no desarrollo operativo de la agresividad. Me parece que en el momento de alto nivel de violencia actual ello sigue teniendo una vigencia “rabiosa”. A la perversión de la agresividad debemos sumarle el demasiado escaso desarrollo del ejercicio del diálogo.

Ciertamente, para crecer de un modo saludable, necesitamos vínculos amorosos además del cuidado material. Y, para vivir de forma satisfactoria, necesitamos tanto del amor que nos une como del uso de la agresividad que nos permite decir no a lo que no queremos. Es decir, para poder mantener una relación actualizada con los demás he de poder colocarme donde necesito estar; y para ello he de poder arriesgarme tanto a amar, mostrando mis ganas y mi interés, como a perder la buena mirada del otro. Por supuesto, ello es difícil. Si yo no me aprecio lo suficiente me puede ser difícil mostrar desacuerdo o disentir y también mostrar aprecio. En realidad, va a ser difícil tomar mi experiencia como válida y partir de ella para entrar en relación con los demás.

Mi objetivo como terapeuta es que el o la paciente se las entienda consigo mismo y con su mundo, tomando lo suyo en sus manos. Desvelar el odio y el dolor son dos buenas vías para ello, acompañar al vacío es aún vía más regia. Para ello, como terapeuta necesito, no sé si querer al paciente, pero sí emocionarme con él, sentirlo íntimamente. No creo que se trate de intentar querer al/la paciente para que se quiera sino de atrevernos a sentir ternura, tristeza o dolor cuando se abre para que sea él quien se pueda acoger tiernamente cuando ello sea posible.

Como terapeuta, no me tomo el trabajo de querer a mis pacientes. Lo cierto, tal como sí dije cuando una alumna me “contradecía” diciendo que ella sí había visto amorosidad en mi forma de intervenir, es que me gusta el ser humano (aunque seamos muy estúpidos), que me sigue despertando mucha curiosidad y que me apasiona acompañarle a acercarse a sí mismo. También es cierto, y no dije, que sí me tomo el trabajo de tener la paciencia para entrar en contacto con zonas íntimas suyas y que es entonces cuando el curso del proceso terapéutico adquiere mayor profundidad. Digo paciencia, espera… Tiene más que ver con darle espacio que con darle estima. Aunque podríamos entender que precisamente darle espacio al otro, sin pretender nada, es quererlo. Repito una frase que dice Lacan, y que desde aquí me comprometo a investigar, que amar es dar lo que no se tiene. No sé como contaros que es la definición más sugerente que he conocido hasta ahora sobre qué es amar. Es la que más me acerca a la estima no presionadora ni pretenciosa. Me parece una buena pista, que conecta con la gran importancia que el vacío tiene en la psicoterapia profunda.

Cristina Nadal i Muset (abril-2007)

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