Quizás sea escuchar, la capacidad de escucha, uno de los mejores baremos de salud personal y psicológica. Podemos sondear la escucha a través de diversos prismas; en sí, tiene tantos elementos que no se pueden agotar en este escrito. Por ello, dejaré para otro momento todo lo que se puede relacionar con la escucha entendida como uno de los pilaresde la psicoterapia y de la misma Gestalt. Me ceñiré a esa escucha, íntima y personal a uno mismo; y a la escucha cotidiana y nutritiva al otro. Y a la no escucha. La no escucha íntima y personal a uno mismo; y la no escucha cotidiana al otro –que no me nutrirá-. Disculpen la repetición: es por si no me escuchaban.
Un celebre violinista decía acerca de su sublime interpretación de un concierto para violín de Beethoven, que tenía un buen instrumento, una espléndida partitura y que lo único que tenia que hacer era quitarse de en medio. Algo de eso tendrá la escucha. Quitarse de en medio. Sutil la cosa, al tiempo que necesaria. Si bien puede parecer imposible, ya que ¿cómo me voy a quitar de en medio para escucharme? A poco que nos paremos en ello nos parecerá indispensable. Generalmente yo no me escucho: me pienso. Ahí estoy yo haciendo cábalas, me digo digos y diretes, que no corrigen la idea que tengo de mí, y que, por tanto, me llevan a eso que ya sabia de mí. Me reconfirmo. No me escucho, dado que me sé, me interpreto. No advierto que ahí, en ese lapso, eso que soy ahora se escurre, se va. Lo real del momento, de mí, perdido entre brumas. Brumas acolchadas o graníticas; acogedoras o cansinas. Usualmente segurizantes, por conocidas.
Sí sí, pero ¿y lo que me pierdo? Aquí sí que en el mismo pecado está la penitencia: poco diré sobre el particular ya que por su peso cae. Sólo dos cosas. Una: por supuesto se puede vivir sin escucharse incluso pensarse feliz. Dos: creo que es imposible crecer sin escucharse (y más cosas, claro), y cuando digo crecer, me refiero a tender hacia esa plenitud que no refleja adquisiciones sino conocimiento.
Josep Devesa (2007