Iniciar terapia

Al plantearse hacer una terapia aparecen diversos aspectos sensibles. Me parece interesante, además de práctico, deslizar unas cuantas reflexiones que entiendo pueden resultar de cierta utilidad en ese momento.

Cabe precisar que cuando eso sucede, significa que se está decidiendo pedir ayuda. Empecemos diciendo que no para todos es fácil por igual. Pedir ayuda puede representar, por ejemplo, asumir un “no puedo solo” que puede resultar vergonzoso, incluso humillante. Si bien ya queda lejos ese cliché que relacionaba hacer terapia con ir al loquero, resulta que estamos inmersos en una dinámica en la que prevalece el triunfo y sus derivados como aquello que valida y evalúa la excelencia personal; por no hablar de la social, que está mucho más mediatizada. Creo que es necesario reconocer de una vez que, en la mayor parte de los casos, hacer terapia requiere, paradójicamente, de una buena dosis de coraje.

Una vez se atraviesa esa posible primera dificultad, aparece otra no menos substancial: mostrarme. Mostrarme ante una persona a la que no conozco, de la que no sé nada; quizás en el mejor de los casos dispongo de alguna referencia. Como decía, me hallo en la situación de revelar eso que me pasa, mi conflicto o dificultad. Es decir, lo que no sé o lo que no puedo. Dónde estoy perdido y no me encuentro… o lo que sea pertinente. No queda otra que desenmascararse y descubrir lo blandengue, estúpido, manipulador, mentiroso, necesitado, solitario… o muchas otras miserias –o lo que se suele considerar miserias- que puedo llegar a ser, sentir o hacer. Dependiendo del carácter de cada cual eso supondrá un aprieto más o menos intenso. Claro que para este tránsito uno puede recurrir a un ejercicio exhibicionista, una trabajada seducción, pero lo más usual es que signifique un trance más cercano a la intimidad, el dolor, el pudor…  En ocasiones el simple acto en sí se muda en bálsamo. En otras, hay más matices; por ejemplo, puede consistir en un juego entre luces y sombras en el que se intenta que nombrando las luces se atenúen las sombras o al revés… O bien, puede que resulte más elocuente lo que se calla que lo que se dice.

Lo irrefutable es que si uno intenta, ya que está, mostrarse honestamente, eso lo lleva a sentir una profunda vulnerabilidad -no siempre fácil, ni siempre el primer día- que resulta ser un buen punto de partida.

Con estas ideas cazadas al vuelo estoy intentando transmitir que, en el momento de decidir y empezar una terapia, son muchos los elementos que aparecen que van más allá del síntoma que me lleva a terapia y que, ciertamente, pueden –suelen- tener relación directa con el síntoma que me acompaña. Obviamente, estos elementos pueden –deben, si me apuran- ser muy aprovechables en el proceso terapéutico. Entendámonos: la terapia empieza justo en el momento en que uno decide hacerla, no en el momento en que uno pisa la consulta. Y todo eso que experimento ya deviene un buen espejo en el que mirarme.

La terapia es (sólo) lo que es. Valga esta somera frase para iniciar una última reflexión, ésta sobre el alcance y los límites de la terapia. Quiero referirme a lo que podría denominarse “idealización de la terapia”. Tal vez, para encuadrar el asunto, conviene decir que, a grandes trazos, entiendo que la terapia se asienta en dos vías de trabajo. Por un lado, apunta a la posibilidad de lograr un auto-apoyo que me permita manejarme mejor en las situaciones en las que me siento abrumado y no consigo manejar o resolver. Y, por otra parte, de fondo el asunto es tender a ese conocimiento de sí que posibilite desarrollar las potencialidades y asumir y sostener mis límites. Me parece necesario apuntar una obviedad para hablar de este punto que entiendo cardinal: la idea o ilusión de que el conocimiento de sí, el crecimiento personal, lleva emparejado una suerte de sabiduría que me librará del dolor y conflicto inherente de la vida. Dicho de forma más precisa, en esta ilusión subyace la idea de que, si se consigue arribar a un estado de comprensión y madurez suficiente, éste operará tanto de paraguas como de filtro transformador de las vicisitudes emparentadas al dolor que nos depara la propia existencia, quedando inmune a él. A mi entender, si esto ocurre, tal vez es conveniente empezar a preocuparse… Me resulta muy sugerente y meridiana una frase de Umberto Eco: “El que se sienta totalmente feliz es un cretino”. Creo que no hace falta añadir mucho más… Quizá, que para mí, en el fondo de esta afirmación late un susurro compasivo que me anima reconocerme como carente, a la vez que simplemente humano.

 

Josep Devesa (2008)

 

 

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