La Gestalt de cada día

Mi interés por la Gestalt -tanto por la práctica terapéutica como en lo que se refiere a la actitud y filosofía de vida- pasa por un momento de renovación. Este interés renovado vino movido, en primer lugar, por la relectura de los textos de Fritz Perls, una figura que me impactó desde los primeros tiempos de mi formación como gestaltista. Por aquel entonces, este impacto tuvo forma de cabreo, pues Fritz arremetía de tal modo contra la neurosis que yo me sentía atacada per-so-nal-mente!

Actualmente, lo que más me gusta de la Gestalt es su simplicidad, su sencillez. Y creo que ahí radica precisamente su eficacia. Esa sencillez tiene que ver con no perder de vista lo obvio, cosa nada fácil si tenemos en cuenta la humana tendencia a complicar las cosas y a dejarnos tentar por los mil disfraces y triquiñuelas con que vestimos la verdad desnuda.

Mi interés por la Gestalt revive también a través del contacto y del trabajo cotidiano con los pacientes. Desde hace poco más de un año siento que estoy recogiendo la mejor y más abundante cosecha. Es cierto que tardé varios años en llegar aquí y en comprometerme con la profesión, con los pacientes y conmigo. Y mientras tanto, muchos fracasos y abandonos, míos y del otro, y mucho miedo ocultado.

Ahora, por fin, puedo disfrutar de mi trabajo. Disfruto sintiendo que hay vida en ese espacio compartido y comprobando que soy útil. Es un gusto ver cómo un paciente se pone guapo y empieza a florecer. Me alegra ver cómo alguien, acostumbrado a pegarse trompazos contra la pared o contra sí mismo, un día y por un momento se queda sin juicios y descubre algo de sí o del mundo, la cara se le ilumina y, por ese momento, no necesita intentar ni cambiar nada pues lo que ha visto contiene suficiente luz.

Trabajar me cura, me sienta bien, esto es algo que constato una y otra vez, desde hace mucho. Aprender de los pacientes me está siendo posible. Lo más difícil sigue siendo el respeto por la enfermedad y las resistencias del paciente, o mejor dicho, el respeto por el paciente con todo lo que es; y también la aceptación de mis límites, entender que hay sitios a los que no puedo llegar porque el otro no me deja o porque no sé, por falta de conocimientos o de pericia.

Inés Martínez (1998)

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