Maltrato íntimo

Nos maltratamos. Lo hacemos unos a otros y no sólo en base al género. Es obvio que cualquier excusa es válida si uno tiene la intención de maltratar: la edad, la incapacidad, la religión, la clase social, la nacionalidad… En definitiva, cualquier diferencia que no toleremos vale.

Pero yo me refiero a otro maltrato, mucho más extendido. A aquel que se da en el silencio de la soledad. A cómo nos maltratamos a nosotros mismos. Acostumbramos a decirlo muy suavizadamente: “tengo la autoestima baja”. Dicho así, como si hablase sólo la parte de nosotros que lo recibe, podemos despertar ternura, empatía o ganes de ayuda por parte de los demás y, evidentemente, no suena a “malo”. Claro, para eso sirven los eufemismos, para mantenernos no-tocados por alguna cosa que nos resulta amenazadora.En este caso, se trata de hacer ver que aquel quien hace el maltrato no somos nosotros. Pero, al alejar este hecho de la conciencia, también nos alejamos de la posibilidad de plantearnos si nos está bien, sies lo que queremos. Una vez más, la conciencia es la puerta a la libertad.

Así que mejor sin eufemismos: nos maltratamos. Y sabemos hacerlo de muchas formas, si bien cada uno tiene preferencia o facilidad por algunas de ellas. Quizá alguna os resulte familiar: podemos exigirnos, aplazar las necesidades continuamente, insultarnos directamente, no valorar nuestro criterio frente al de los demás, burlarnos, despreciarnos, mandarnos callar, obligarnos a permanecer en lugares donde no queremos estar, no escucharnos realmente, agredirnos físicamente, etc. Nos lo hacemos, principalmente, a través de las frases que nos decimos –y repetimos hasta la saciedad- al hablarnos pero, sobretodo, con el tono con que nos las expresamos. Es éste el que refleja fielmente la actitud con que nos relacionamos con nosotros mismos. A menudo, intentamos una excusa fácil: “es que es verdad esto que me digo” pero, ¿desde cuándo tener la razón da derecho a tratar mal a quien no la tiene?

Los humanos tenemos conciencia. Es un don inevitable que nos da la capacidad de mirarnos a nosotros mismos, de que nos pasen cosas al vernos y de relacionarnos con nosotros mismos. Ahora bien, la forma de mirarnos y de relacionarnos es algo que aprendemos, básicamente durante la infancia. Nos vemos y nos tratamos como nos han mirado y tratado.Evidentemente, no sólo aprendemos a tratarnos insanamente sino también a apoyarnos, cuidarnos, ayudarnos… querernos, en definitiva. Sino no estaríamos vivos. Cuando no sabemos hacer esto frente a determinadas situaciones y vivencias es cuando utilizamos la salida del maltrato. Por suerte, seguimos aprendiendo durante toda la vida, de modo que podemos revisar y readaptar nuestra relación interna según nuestro momento y criterios actuales; es decir, transformarla.

Y ¿qué maltratamos? Pues todos aquellos aspectos de nosotros mismos que no nos gustan y que los vivimos como peligrosos (harán que no nos quieran, que nos ataquen, que nos quedemos solos,…). No podemos escoger lo que sentimos, pensamos o notamos físicamente en una situación, tanto si nos gusta como si no, pero sí podemos escoger qué hacer con eso que hemos vivido. Y cuando elegimos maltratarnos, intentando en esencia anular esta vivencia, eliminar esta parte de nosotros mismos, nos quedamos en un punto muerto ya que obviamente –o no tanto- no podemos “recortarnos” un trozo, somos un todo. Intentar un imposible no es una opción demasiado fructífera, ahora, entretiene muchísimo y no deja de ser una acción más superficial y a corto plazo (que requiere menos energías y da una cierta calma con rapidez) que plantearnos “¿cómo es que estoy sintiendo esto? ¿Qué necesito? ¿Cómo es que pienso que es malo? ¿Cuál es el peligro? Y ahora, ¿es realmente así de peligroso? ¿Qué quiero hacer?”.

Nada de lo que sentimos es “malo”. Según qué hagamos con ello podemos hacer mal y hacernos mal. Trabajar la relación con nosotros mismos y los conflictos que tenemos con algunos de nuestros aspectos hace posible integrarnos en lugar de dividirnos a fuerza de peleas e intentos de anulación; y ya lo dicen, la unión hace la fuerza. Aquello que antes era un lastre se convierte en una ayuda.

¿Qué elegís?

Ruth Vila (2007)

 

 

Comentar

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.